Hemos tardado mucho tiempo en comprender que la labor del filósofo no es otra, en última instancia, que la de escribir, y que en la actividad de la escritura no subyace otra cosa, en última instancia, que el pensar. La distinción entre narrativa y ensayo no sobrevive a un examen atento -no puede definirse de otra forma que como “lo que los editores publican bajo la categoría de narrativa” y “lo que los editores publican bajo la categoría de ensayo”. Se argumentará que existe, por ejemplo, una parte de la teoría literaria llamada teoría de la novela, y que esa disciplina dice cosas ciertamente valiosas. Pero eso no prueba que pueda establecerse con precisión qué es lo que llamamos novela -algo que podría servir para establecer, de forma más o menos indirecta, qué es lo que llamamos narrativa. Wittgenstein argumentó que podemos comprender perfectamente lo que estamos diciendo sin saber exactamente de qué estamos hablando. Por lo tanto, que la teoría de la novela diga cosas ciertas no significa que sepamos exactamente qué es una novela.
Creo que lo más difícil de la actividad de escribir es establecer el hilo argumental, no entendido como el orden de lo que en el texto pasa, sino como el orden de lo que el texto dice. Según esto, todo texto tiene un hilo argumental. Establecerlo, como decía, me parece lo más difícil de la escritura, puesto que requiere algo tan extraño y comprometido como intentar establecer la relación adecuada entre el pensamiento del escritor y el pensamiento del hipotético lector.