Habitualmente asociamos el olvido de algo con su pérdida, y el recuerdo de algo con su conservación, condición indispensable, desde luego, para que lo tomemos en consideración y pueda, de un modo u otro, aprovecharnos. Nietzsche, sin embargo, invierte esta concepción, de un modo sumamente revelador, en el Tratado segundo. “Culpa”, “mala conciencia” y similares de La genealogía de la moral. Comparando la asimilación de los datos de la conciencia con la de los alimentos que ingerimos, afirma que la capacidad de olvido
no es una mera vis inertiae [fuerza inercial], como creen los superficiales, sino, más bien, una activa, positiva en el sentido más riguroso del término, facultad de inhibición, a la cual hay que atribuir el que lo únicamente vivido, experimentado por nosotros, lo asumido en nosotros, penetre en nuestra consciencia, en el estado de digestión (se lo podría llamar «asimilación anímica»), tan poco como penetra en ella todo el multiforme proceso con el que se desarrolla nuestra nutrición del cuerpo, la denominada «asimilación corporal». (…) El hombre en el que ese aparato de inhibición se halla deteriorado y deja de funcionar es comparable a un dispéptico (y no sólo comparable), ese hombre no «digiere» íntegramente nada… (1)
Más adelante se refiere a la memoria como “la indigestión de una palabra empeñada una vez, de la que uno no se desembaraza” (2). Y todavía, un poco más allá:
En cierto sentido toda la ascética pertenece a este campo: unas cuantas ideas deben volverse imborrables, omnipresentes, inolvidables, «fijas», con la finalidad de que el sistema nervioso e intelectual quede hipnotizado por tales «ideas fijas» -y los procedimientos ascéticos y las formas de vida ascéticas son medios para impedir que aquellas ideas entren en concurrencia con todas las demás, para volverlas «inolvidables». (3)
Para Nietzsche, entonces, la fijación de una idea en la memoria significa, en cierto modo, su anulación, su incapacitación para entrar en el juego del conjunto de las ideas, mientras que el olvido de una idea significa su asimilación, su pleno desarrollo en el seno del hombre olvidadizo que parece estarla perdiendo.
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(1) F. Nietzsche, La genealogía de la moral, traducción de Andrés Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1996, pp. 65-66.
(2) Ibíd. p. 66.
(3) Ibíd. p. 70.
felicitacions i agraïments en primer lloc pel blog.
M’ha vingut al cap allò que deia el Brossa d’oblidar i caminar.
salutacions