(Reseña publicada en el suplemento Cultura/s de La Vanguardia, nº 456, de 16 de marzo de 2011. Edición impresa)
José Antonio Sarmiento
La música del vinilo
Centro de Creación Experimental. Universidad de Castilla-La Mancha, 2009.
No cabe duda de que, en lo referente a la música, el siglo XX fue el siglo de la grabación. La capacidad de fijar los sonidos sobre un soporte para reproducirlos más tarde transfiguró el mundo musical tan profundamente, que todavía hoy, 134 años después de que Edison inventara el fonógrafo, hay quienes viven esa transformación como un hecho traumático. Teniendo en cuenta, por otra parte, que ese primer método de grabación fue el disco analógico, y que este medio sigue utilizándose en la actualidad, no es de extrañar que un libro sobre el vinilo, lejos de ser, como podría parecer, un estudio monográfico sobre una de las múltiples técnicas de grabación existentes, constituye en realidad un repaso de prácticamente todos los movimientos musicales relevantes del siglo pasado. Este libro es por ello recomendable no sólo para los amantes del vinilo, sino para cualquiera que se interese por la música. Y no sólo por la música, dado que el vinilo ha servido de campo de pruebas para el desbordamiento del ámbito restringido de la música hacia el del arte. Y no sólo por el arte, dado que el vinilo ha servido también de campo de pruebas para el desbordamiento del ámbito restringido del arte hacia la vida.
El artista y profesor José Antonio Sarmiento, referente en el campo del arte sonoro en la cultura en lengua castellana, ha organizado esta extensa obra como el catálogo de una exposición todavía por realizarse: un pormenorizado estudio introductorio seguido por una plétora de obras y de textos de aquellos inventores, músicos y artistas que han contribuido a conformar esa “música del vinilo”, desde Charles Cros hasta Janet Cardiff, pasando por Rilke, Adorno, John Cage, Lou Reed y Alva Noto. Si desde luego es imposible dar cuenta aquí de todo cuanto el libro recoge, me propongo por lo menos sacar a relucir uno de los problemas que su contenido plantea.
Se trata del problema de para qué sirve el disco, de cómo debe usarse. Si nos atenemos a las palabras de Edison, la cuestión es simple: el fonógrafo es un instrumento de oficina, el sustituto perfecto de la carta, incluso de la secretaria. El padre del disco lo concibió entonces como una técnica de registro fiel de sonidos y, con ellos, de datos. Quizá esto les parezca una obviedad, pero el problema reside en la palabra “fiel”. Edison previó una escenario de perfeccionamiento paulatino de esa fidelidad, con el horizonte hipotético del registro perfecto. Desde luego ese perfeccionamento se ha dado en parte, pero hoy sabemos que uno de los rasgos distintivos del vinilo son precisamente sus crepitaciones. En el caso de las grabaciones musicales, esas crepitaciones son la frontera entre dos mundos: uno iluosio y remoto, el de la música grabada, otro inmediato e inquietante, la realidad misma del disco.
No es este un simple problema técnico, sino la disyuntiva entre dos usos opuestos del vinilo. En el uso correcto, las crepitaciones son un estorbo del que debemos hacer abstracción. El disco debe hacerse imperceptible, convertirse en un medio puro, inaudible, de acceso al sonido registrado en él. Adorno, que entendió el disco de este modo, anuncia lo que podemos esperar de tal uso: “El disco sirve para muy poco más que para reproducir y conservar la música, amputada de su mejor dimensión”. Afirma además que el disco traslada la música a otra dimensión temporal, que no es ni aquella en que fue grabada ni esta en la que se escucha, sino la pura transitoriedad, “la desconsolada eternidad del reloj”.
El uso opuesto del vinilo descarta el horizonte de fidelidad progresiva al sonido original, y abraza el disco en su imperfección, en su realidad presente. Tal indiferencia se apoya en la voluntad de no distinguir entre el sonido grabado y las impurezas resultantes del proceso de su grabación y reproducción. Acaso el ejemplo más claro de este uso sea Record Without a Cover de Christian Marclay, un vinilo que se vende sin carátula, y en el que el deterioro resultante de tal desprotección forma parte de la música que contiene. Que el oído renuncie a borrar las imperfecciones de cuanto percibe tiene la consecuencia de arrancar al disco de ese tiempo de la pura transitoriedad en el que lo había colocado Adorno. Nam June Paik denunciaba en 1962 “la pedantería de pedir al oído que haga lo que no puede hacer”, afirmando que “la libertad ha de estar unida a un tiempo que transcurra en más de dos sentidos, direcciones, vectores, posibilidades”.
En el segundo de los programas radiofónicos que Ars Sonora dedicó a La música del vinilo, se oye como el propio Sarmiento destruye contra la mesa del estudio el Disco de música total de Ben Vautier (que viene incluido en el libro). En este acto de violencia culmina la atención a la realidad presente del disco, en su doble naturaleza de medio y de objeto, sin reducción de su complejidad y con todas las consecuencias: la implacable atención que no podemos dirigir a realidad alguna sin hacerla estallar en pedazos.